Corría
el día sexto del mes de junio del año del Señor de mil seiscientos
y ocho, cuando, con motivo de las festividades del Corpus Christi y
de la corrida de toros celebrada en la plaza Alta, acaeció un suceso
que habría de ser recordado por los siglos.
No se sabe a
ciencia cierta si fue el propio don Pedro Rivera Sarmiento, o la
persona a quien confiara el cuidado de la lámpara de la Santísima
Virgen de la Caridad, quien olvidó añadir el aceite necesario para
mantener viva su llama. Apagada así la luz, sobrevino, sin embargo,
el portento: la imagen de la Virgen apareció milagrosamente
iluminada, y de la lámpara comenzó a manar un aceite claro y
abundante, que rebosaba y se derramaba por el suelo de la plaza de la
Aduana. Grande fue la admiración del pueblo, que se apresuró a
recoger aquel óleo bendito, aplicándolo sobre los enfermos, los
cuales, al punto, comenzaron a recobrar la salud.
Desde aquel
día se multiplicaron los testimonios de milagros obrados por virtud
del aceite de la lámpara de la Virgen de la Caridad. Así, los
vecinos de Sanlúcar de Barrameda, junto con los excelentísimos
señores Duques de Medina Sidonia, suplicaron a don Pedro Rivera
Sarmiento que cediese la sagrada imagen a la ciudad. Concedida la
petición, fue ésta trasladada en solemne procesión, el día diez
del mes de junio de mil seiscientos y ocho, desde su primitivo
emplazamiento hasta la iglesia de San Pedro, quedando allí
depositada para veneración de los fieles.
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