lunes, 14 de noviembre de 2016

Atardeceres, según el Nuevo Mundo

El periódico Nuevo Mundo del día 14 de noviembre del año 1919, dentro de las Prosas Poéticas, se publica la titulada Atardecer de J. Muñoz San Román, con un dibujo de Verdugo Landi:

Atardecer
Las aguas que llegaban a la playa a medio día en las olas encrespadas para deshacerse en cadenciosos rumores, como si rimaran la eterna inquietud de traspasar los dorados límites de las orillas, en este atardecer se han tornado silenciosas y serenas.
Como el cielo, limpio en el cenit, el mar es de un color perla argentado, y en toda su extensión parece bruñido.
Gozamos de esta hora solemne en que se nos figura que se extienden sobre las aguas los brazos purísimos del Ángel de la Oración, en este refugio de Bajo de Guía, entre el fondeadero de Bonanza y la playa de Sanlúcar.
Frente a nosotros, en la desembocadura del Guadalquivir, el río sagrado, se extiende la orilla del Coto de Oñana, con festón de pinos, lentiscos y romero.
La brisa nos trae el regalo de sus aromas penetrantes y salutíferos.
Entre las sombras de cada noche salen a la mar, desde este paraje de Bajo de Guía, las parejas que han de volver a la tarde con el plateado fruto alcanzado del seno de las aguas por el esfuerzo de los marineros. Salieron las parejas como una procesión de blancos fantasmas, con las lomas de viento, hacia el horizonte lóbrego.
Ya lejos, el sol, que nace tras los pinares de Algaida, comienza a dorar las barcas, que se alejan y pierden y pierden hasta el atardecer, en que vuelven a tornar.
De dos en dos van llegando, como doble ringla de alas de ángeles invisibles adoradores del sol en esta hora en que nos parece hostia sagrada con que el mar comulga.
Sobre la ignota línea azul en que se confunden mar y cielo, se han alzado unas nubes blancas que han envuelto al sol como en cendales.
El sol se ha ocultado breves momentos entre estas nubes impolutas, y luego, hiriéndolas con sus rayos como con puñales, parece que se vierte sobre las aguas en un temblor diamantino y resplandeciente.
Ahora se tiñen en aljofares, y el chorro de luz del sol se vuelve purpúreo.
Así como si hubieran sido volcados sobre el mar todos los claveles sevillanos y todas las rosas de Alejandría, están las aguas de carmíneas y rosadas. Poco a poco se esfuman las nubes y queda el cielo limpio y sereno, como el mar en calma. El sol desciende majestuoso hasta tocar con la línea de color de flor de romero, conjunción del cielo y del mar dilatados.
Y en un instante de incomparable belleza y sublimidad desaparece en las aguas quietas y calladas.
Los cantares andaluces, oraciones nacidas de los labios de los marineros que arriban con las parejas, son como flores místicas de la honda poesía de este atardecer misterioso.
Comienza a rielar la luna en las aguas de mar, dibujando un ancho y esplendoroso camino de plata.
Envuelta en los rayos lunares, surca el camino rutilante la última barca, con la blanca lona al viento, y llega hasta nosotros como el postrero fantasma que vuelve de la procesión que se hizo al mar entre tinieblas.

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