El periódico Nuevo Mundo del día
14 de noviembre del año 1919, dentro de las Prosas Poéticas, se publica la titulada
Atardecer de J. Muñoz San Román, con un dibujo de Verdugo Landi:
Atardecer
Las aguas que llegaban a la playa
a medio día en las olas encrespadas para deshacerse en cadenciosos rumores,
como si rimaran la eterna inquietud de traspasar los dorados límites de las
orillas, en este atardecer se han tornado silenciosas y serenas.
Como el cielo, limpio en el
cenit, el mar es de un color perla argentado, y en toda su extensión parece
bruñido.
Gozamos de esta hora solemne en
que se nos figura que se extienden sobre las aguas los brazos purísimos del
Ángel de la Oración, en este refugio de Bajo de Guía, entre el fondeadero de
Bonanza y la playa de Sanlúcar.
Frente a nosotros, en la
desembocadura del Guadalquivir, el río sagrado, se extiende la orilla del Coto
de Oñana, con festón de pinos, lentiscos y romero.
La brisa nos trae el regalo de
sus aromas penetrantes y salutíferos.
Entre las sombras de cada noche
salen a la mar, desde este paraje de Bajo de Guía, las parejas que han de
volver a la tarde con el plateado fruto alcanzado del seno de las aguas por el
esfuerzo de los marineros. Salieron las parejas como una procesión de blancos
fantasmas, con las lomas de viento, hacia el horizonte lóbrego.
Ya lejos, el sol, que nace tras
los pinares de Algaida, comienza a dorar las barcas, que se alejan y pierden y
pierden hasta el atardecer, en que vuelven a tornar.
De dos en dos van llegando, como
doble ringla de alas de ángeles invisibles adoradores del sol en esta hora en
que nos parece hostia sagrada con que el mar comulga.
Sobre la ignota línea azul en que
se confunden mar y cielo, se han alzado unas nubes blancas que han envuelto al
sol como en cendales.
El sol se ha ocultado breves
momentos entre estas nubes impolutas, y luego, hiriéndolas con sus rayos como
con puñales, parece que se vierte sobre las aguas en un temblor diamantino y
resplandeciente.
Ahora se tiñen en aljofares, y el
chorro de luz del sol se vuelve purpúreo.
Así como si hubieran sido
volcados sobre el mar todos los claveles sevillanos y todas las rosas de
Alejandría, están las aguas de carmíneas y rosadas. Poco a poco se esfuman las
nubes y queda el cielo limpio y sereno, como el mar en calma. El sol desciende
majestuoso hasta tocar con la línea de color de flor de romero, conjunción del
cielo y del mar dilatados.
Y en un instante de incomparable
belleza y sublimidad desaparece en las aguas quietas y calladas.
Los cantares andaluces, oraciones
nacidas de los labios de los marineros que arriban con las parejas, son como
flores místicas de la honda poesía de este atardecer misterioso.
Comienza a rielar la luna en las
aguas de mar, dibujando un ancho y esplendoroso camino de plata.
Envuelta en los rayos lunares,
surca el camino rutilante la última barca, con la blanca lona al viento, y
llega hasta nosotros como el postrero fantasma que vuelve de la procesión que
se hizo al mar entre tinieblas.
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