El año 1984, la Diputación de
Cádiz publica dentro de la serie Los pueblos de la provincia de Cádiz, un libro
que estaba dedicado a Sanlúcar de Barrameda. En este tomo, que estaba escrito
por varios autores, escribe Narciso Clíment Buzón sobre el barrio de Bonanza lo
que sigue:
Por su influencia (duques de
Montpensier), se mejorarán y crearán nuevas realizaciones sanluqueñas. Se
arregló el puerto de Bonanza que, al estar muy mal construido con anterioridad,
se había venido abajo ya antes. Ahora se encarga de su arreglo el ingeniero don
Canuto Corroza. Igualmente, de los viveros de los infantes en Sevilla, se
portan a Sanlúcar una serie de árboles que se alinean en filas en esta
ubicación. Debido también a las gestiones de los duques de Montpensier, se
efectuó en 1853 la apertura de una iglesia para la barriada de Bonanza en el
local de la antigua aduana, que se había retirado en 1835. El vicario era
entonces don José Fariñas.
La estancia de los infantes en Sanlúcar motiva también el que, por aquel año de 1553, se procediese a llevar a efecto un arreglo en el Castillo de Santiago. El castillo, desde la ida de los franceses, se encontraba en una lamentable situación de deterioro, ante la pasividad y el abandono gubernamental. Ahora se decide por parte del gobierno levantar un cuartel, que pudiese alojar a las tropas de infantería y caballería que tenían como misión la de escoltar a los infantes. El comandante de ingenieros, don Antonio Montenegro, además de asegurar algunas dependencias del castillo que amenazaban ruina, levantó un cuartel de dos pisos dentro del patio y apoyado a los muros del castillo, con capacidad para alojar a 200 hombres y 30 caballos.
La estancia de los infantes en Sanlúcar motiva también el que, por aquel año de 1553, se procediese a llevar a efecto un arreglo en el Castillo de Santiago. El castillo, desde la ida de los franceses, se encontraba en una lamentable situación de deterioro, ante la pasividad y el abandono gubernamental. Ahora se decide por parte del gobierno levantar un cuartel, que pudiese alojar a las tropas de infantería y caballería que tenían como misión la de escoltar a los infantes. El comandante de ingenieros, don Antonio Montenegro, además de asegurar algunas dependencias del castillo que amenazaban ruina, levantó un cuartel de dos pisos dentro del patio y apoyado a los muros del castillo, con capacidad para alojar a 200 hombres y 30 caballos.
Es esta una época brillante para
Sanlúcar: se inaugura un Instituto de Segunda Enseñanza; se programa la
construcción de vías férreas de Jerez hacia los Puertos, cosa que se había
propuesto ya en 1829. Ahora se concretan las líneas Jerez-Sanlúcar-Bonanza y
línea Puerto-Sanlúcar. Las líneas eran muy prometedoras, pero indudablemente
deficitarias. La primera la compró Joaquín de la Gándara y la segunda la
compañía de los andaluces.
Las tierras sanluqueñas sufrieron
una espantosa invasión de langostas en 1783, que llegó a tal extremo que hizo
peligrar muy en serio la agricultura. En 1786 fue una epidemia de calenturas
pútridas y nerviosas la que provocó numerosas muertes en el vecindario. Pero
sobre todo, la epidemia de mayor trascendencia para la Sociedad y de mayor
gravedad para el pueblo fue la fiebre amarilla o vómito negro, con que comienza
el siglo XIX. Fue una epidemia que causó estragos en toda Andalucía y que aquí
en Sanlúcar, a pesar de que se habían tomado precauciones -instalación de
lazaretos Cuesta Blanca y en la ermita de Bonanza-, el número de muertos llegó
a 2.310, y el pánico se adueñó de la localidad, hasta el extremo de que nadie
se arriesgaba a enterrar a los muertos, teniendo un ejemplar comportamiento,
así reconocido posteriormente por todos, en vicario Don Rafael Colón, quien,
como en otras ocasiones, dio muestras de su profundo espíritu humanitario y de
sus arraigadas virtudes, ejecutando él en persona, junto con dos clérigos más,
las tareas de enterramiento de las personas fallecidas con motivo de la
epidemia.
Nota: Texto completo en el libro Los pueblos de la provincia de Cádiz: Sanlúcar de Barrameda.
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