miércoles, 22 de abril de 2015

El fraile asesino


Era en la mañana del día 6 de marzo del año 1774 cuando se produce en Sanlúcar de Barrameda el hecho luctuoso y terrible del asesinato de la joven de 18 años María Luisa de Tassara, a manos del fraile carmelita descalzo fray Pablo de san Benito. El escritor José María Blanco White se hace eco del hecho en su libro Cartas desde España, que aquí reproduzco:
“Crímenes atroces se dejaron sin juzgar durante el último reinado gracias a una resolución de Carlos III de no sentenciar a muerte a ningún sacerdote. Townsend mencionó el asesinato de una joven dama cometido por un fraile en Sanlúcar de Barrameda. No entraría en detalles escabrosos si no fuera porque mi relación con algunos de los parientes y con el sitio donde murió me permiten esbozar una narración más precisa.

Una joven dama de una respetable familia de la ciudad mencionada anteriormente, tenía como confesor a un fraile de los carmelitas reformados o descalzos. A menudo he visitado la casa donde vivía, justo enfrente del convento. Su madre la acompañaba todos los días a misa y a menudo a confesarse. El sacerdote, un hombre de mediana edad, sentía una pasión por ella que en vez de intentar evitar, alimentaba visitándola con toda la frecuencia que le era permitida por su relación espiritual y por la amistad que le unía a sus padres. La joven, a los diecinueve años, recibió una propuesta de matrimonio que aceptó con la aprobación de sus padres. La misma mañana de la boda, la novia, según la costumbre, se levantó temprano para ir con su madre a confesarse y recibir el sacramento. Tras la absolución, el confesor, en un ataque de celos, se fue a la cocina y afiló un cuchillo. La desafortunada chica, mientras tanto, había recibido la comunión y estaba a punto de marcharse cuando el villano, saliendo a su encuentro a la entrada de la iglesia y pretendiendo decirle algo al oído, libertad que le permitía su oficio, la apuñaló en el corazón en presencia de su madre. El asesino no intentó escapar. Lo llevaron a prisión y, tras el retraso normal de la justicia española, lo condenaron a muerte. El rey, sin embargo, conmutó esta sentencia por una reclusión de por vida en un fuerte de Puerto Rico. El único anhelo que tenía el asesino era saber el resultado de su crimen. Frecuentemente solía preguntar para asegurarse de que la joven había muerto; la certeza de que ningún otro hombre podría poseer el objeto de su pasión le hacía sentirse satisfecho en su confinamiento”.

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