Esta
mañana estaba paseando por el centro de la ciudad y de pronto escuché que mujer
de una floristería hablaba con otra de un negocio cercano, que estaban en la
puerta fumándose un cigarro.
-
Si, hoy he dejado ya preparados los chicharos.
Escuchar
la palabra chícharo hizo que mi oído se aguzara, porque no sé porque estaba
seguro que no se estaba refiriendo al mismo producto que los sanluqueños
llamamos chicharos y de ello tuve una prueba el tiempo que estuve en Sevilla,
en San Juan de Dios.
A
los pocos días de llegar al sanatorio, uno de mis compañeros me dice a la hora
del almuerzo.
-
Están hoy buenos los chicharos, eh.
¿Los
chícharos? Que puñeta chicharos, en mi plato no ha tocado ni uno, miré su plato
y tampoco había ni una sola bolita verde.
-
¿Que chícharos?
-
Los del plato.
-
A mí no me ha tocao ni un chícharo.
-
No, ¿entonces qué es eso?
-
Eso son habichuelas o judías.
-
Ya, pero aquí en Sevilla estos se llaman chícharos.
-
Pues en Sanlúcar no. En Sanlúcar los chícharos son otra cosa.
-
¿A qué llamáis allí chícharo?
Yo
en mi ingenuidad de los ocho o nueve años contesto.
-
Pues a los chicharos.
-
Pero que son, como son.
-
Unas bolitas verdes....
-
Eso son guisantes.
Aquel
día me di cuenta de cómo en tan pocos kilómetros una misma palabra puede servir
para designar a dos cosas distintas. Claro que ya lo más raro es que me fui al
diccionario de la Real Academia Española y al poner la palabra chícharo me
dice: Guisante, garbanzo, judía.
Con
lo cual me enteré que según la academia se puede llamar con un mismo nombre a
tres productos distintos.
Cuando
volvía de dar la vuelta me paré en la floristería para comprar unas flores y
pude enterarme que la señora que vendía en la tienda era oriunda de Sevilla, y
así se explica su frase.
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