En un períodico llamado La España Artística del 1 de diciembre del año 1892 encuentro un artículo de Carlos L. Olmedo en el que hablaba de una actriz que había triunfado en Sanlúcar de Barrameda, llegandose a llevar cuatro meses de exítos en el Teatro Principal.
La actriz, que se llamaba Emilia Francés, es totalmente desconocida, aunque si se que era una tiple que se dedicaba sobre todo a la zarzuela, por lo menos en internet aparece poco, ya que ni sabelotodo ChatGPT sabe absolutamente nada de ella.
Yo les dejo parte del artículo que escribió Olmedo sobre esta actriz y Sanlúcar de Barrameda.
En la temporada de invierno del año pasado, (1894) funcionaba una modesta compañía en el teatro Principal de Sanlucar de Barrameda, la que a pesar de trabajar sin descanso, ensayando de noche y día para ofrecer al público obras nuevas con que atraerle, era tan deficiente, tan incompleta, que los aficionados estaban retraídos y la empresa metida en un mar de borrascosas confusiones; veía en lontananza una tormenta próxima a estallar, que le conduciría al naufragio seguro, si no apelaba a medios extremos y arriesgaba algún dinero más de su peculio particular, reformando la compañía con artistas de algún merito.
Ei 17 de Diciembre del referido año 1891, Emilia Francés debutó en el teatro Principal con las obras Chateau Margaux y Hiña, siendo favorablemente acogida por el público, que no sabía qué admirar más en ella, sus delicadas formas, su riquísimo vestuario o sus deseos en el trabajo; todo aunado, sumadas las tres fuerzas, formaron la cantidad que necesitaba el público para salir de su retraimiento, y desde aquella fecha ocupó las localidades del referido coliseo, ofreciendo pingües ganancias a la empresa que poco antes se vió próxima a perecer dueño y empresario del teatro: «Esa mujer nos ha salvado; sin ella tengo qne cerrar el teatro, después de haber gastado la paciencia y el dinero.»
Y, efectivamente, Emilia Francés trabajó en el teatro Principal de Sanlúcar cuatro meses consecutivos, conquistándose las simpatías del público, que a diario le dedicaba merecidos aplausos.
Y no crean que por aquel triunfo alcanzado sobre los demás artistas que le la habían procedido se
enorgulleció ella; muy por el contrario, siguió trabajando sin descanso, estudiando con los papeles que le eran repartidos, y ni jamás trató de imponerse a la empresa ni a sus compañeros, como muy bien podía haberlo hecho, valiéndose de las circunstancias.
Después, en el verano del corriente año, el 21 julio, pasé por Ayamonte para Portugal, y me detuve al regresar de la nación vecina tres días en aquel pueblo, con el sólo objeto de presenciar la pesca de los atunes, que tanto había oído ponderar; lo que era lógico, en un aficionado como yo, de noche recurrí al teatro, como único centro de recreo que existía en el pueblo.
En aquel teatro de verano presencié el segundo triunfo de Emilia Francés. Allí, como en Sanlúcar,
había sabido ganar las voluntades, consiguiendo, por lo que de público escuché, que le llamaran la
tiple predilecta de Ayamonte.
Y en verdad que los ayamontinos lo hicieron bien la noche del día de Santiago con la Francés:
frenéticos aplaudían a la bella máscara de ¡Cómo está la sociedad!, arrojándola ramos de flores al es
cenario.
En su beneflcio, lo sé de referencia, se disputaron sus partidarios, que los tenía numerosos, la honra de quién le llevaría el mejor presente, y cuentan que los recibió buenísimos y en abundancia, prueba inequívoca de las simpatías con que contaba en Ayamonte.
Para acabar, cuando Emilia Francés estudie algún tiempo con ahinco y consiga dominar su voz, dulcificando la dureza con que emite las notas agudas, y se presente una temporada entera ante un
público tan inteligente y benévolo como el nuestro, su popularidad en el género chico a que se ha dedicado, llegará a ponerse en parangón con la que hoy goza el afortunado Luis Mazzantini en el arte de los toros.
Carlos L. Olmedo
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