El periódico Abc del día 11 de
diciembre del año 1965 publicaba la siguiente noticia firmada por Eduardo
Domínguez Lobato:
Ha muerto “El Paito”
José Bernal “El Paito” ha muerto.
Sobre la fatal noticia – que nos llega así, en unas palabras escuetas, con
estremecedor laconismo – resalta el hecho de que desaparece uno de los más
pintorescos personajes sanluqueños de los últimos tiempo. El Paito era un
hombre extraño, asombroso, desconcertante. Uno de esos raros seres
imprevisibles y divertidos, capaz de colorear con su mera presencia la
monotonía ciudadana.
Andaba ya por los setenta y hacía
unos años que echábamos de menos su irrenunciabla apostura veraniega: sombrero
de ala ancha, clavelón rojo en la solapa, varita mimbreña bajo el brazo y aquel
andar marchoso acompasado a no sabemos qué presentido pasodoble torero. Porque
en fin de cuentas, la existencia de El Paito no fue otra cosa que un andar
frenético, obcecado y anárquico – salpicado de aventuras, trapisondas y lances
inconcebibles – tras el espejismo del triunfo y la gloria en los alberos
taurinos. Le cupo, al menos, la ventaja de justificarse plenamente ante si
mismo: siempre se tuvo y se mantuvo por primera figura indiscutible. Y, además,
el consuelo de que audacia, decisión y valor no le faltaron. En su quijotismo integral
dio siempre por buenos cuantos medios,
imaginables e inimaginables – por disparatados que fuesen – le propusieron como
reclamo publicitario.
Y , por otra parte, luego de
luchar a brazo partido con los toros, cualquier sistema era válido – siempre
espada en mano y entrando de frente – para terminar con el bicho. Y así vivió
feliz, a su manera, en un mundo de irrealidades y fantasías, donde lo
descabellad y lo absurdo tomaron carta de naturaleza hasta extremos
inconcebibles. Sus dichos y sus hechos, sus golpes inesperados, corrieron de
boca en boca. Un día, con el periódico al revés – no sabía leer – viendo un
barco boca abajo, comentó en voz alta: “Ojú, que vendavá”.
Pero, como ocurre a menudo, El
Paito ignoraba, o desdeñaba, sus verdaderos méritos. Fuerte como una roca, era
un consumado derribador de reses. Cuando alguna vaca bandeña se plantaba
guapamente en la marisma, agotados todos los recursos, allá iba El Paito, con
su compadre El Hormiga, rompiendo agua y fango, a derribarla, amarrarla y traérsela,
cogido uno por un cabo. Algo épico, pasmoso. Pero José Bernal jamás hablaba de
esto. Hablaba y dogmatizaba sobre faenas y estilos toreros, situándose en la
fuente de todas las escuelas. A grandes voces, a carcajada sana, a ocurrencia
insospechada.
Creemos que el fundamento de su
innegable popularidad es, ante todo y por encima de todo, su hombría de bien.
Fue bronco y rudo, pero noble, abierto, cordial y caballero a su modo. Casi
nadie le dio luces y si le clavaron, en cambio, alguna que otra espina.
Ha muerto en Cádiz y en
noviembre, humildemente, en un hospital, destrozada su fortaleza de roble.
Seguramente no le habrá faltado el calor de unas manos amigas. Se lo tenía
ganado José Bernal “El Paito”. Y descansar en la paz de los justos.
La única foto que he podido encontrar de El Paito fue publicada por La Unión Ilustrada el 18 octubre 1925, en ella aparece a caballo, porque parece que también rejoneaba.
La reseña de la novillada en Sanlúcar de Barrameda corresponde a la revista La Fiesta
Brava, del 18 mayo 1918.
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