Agustín Macías Galerín |
Pasear por las calles de Sanlúcar
es como viajar en el tiempo por su historia más o menos reciente. Así en la
Barriada de Jesús Nazareno —nombre entrañable para muchos sanluqueños— depara
la agradable sorpresa de ver rotulada una de sus calles como "Periodista
Galerín". Así de sencillo: periodista.
El barrio marinero de Bajo de
Guía lo vio nacer; pero su padre fue uno de los infortunados marineros que un
día dejó la playa de Sanlúcar para no volver a pisarla más.
Así nos encontramos a Agustín que
se traslada a Sevilla en 1885, donde su madre ha encontrado trabajo como
cocinera. El mismo comienza a trabajar como aprendiz de impresor.
Es a partir de 1915 cuando
empieza a publicar en "EL LIBERAL" unas crónicas veraniegas que envía
desde Sanlúcar, crónicas que se repiten año tras año. En ellas aparece su fino
humor, su gracia que sale del papel y se prolonga en las tertulias nocturnas,
entre unas copas de manzanilla olorosa, como él mismo gusta de nombrarla.
Cuando llega agosto. Galerín
describe la animación del muelle, donde el "Cádiz" recibe más y más
pasajeros, mujeres y niños que "piensan en las playas, en las olas, en la
arena". Desde el simpático vaporcito, que va hacia la playa de Sanlúcar en
busca de más fresco, la mamá y los niños despiden al papá, que se "queda
aquí el pobre pasando más calor que un fogonero".
Estamos en 1919, y Galerín pasea
por la Calzada. Su humor picante le hace fijarse en la moda veraniega. El
"jersey" es la prenda de "abrigo de verano". "¡Lo que
inventan! Por la noche se ven muchos en la Calzada, y van sus dueñas la mar de
guapetones con la malla encima de las finísimas telas veraniegas". O
cuando reniega de los bañadores, que "la que va para el baño con un traje
de estos le importa un comino que la miren. No se le ve nada".
"No se debieran perder,
porque se causa un desavío muy grande. Hemos encontrado una carta en plena
Calzada". Y de la pluma del cronista veraniego van saliendo pinceladas
costumbristas. Desde el habla popular, "Isabé", "no te se olvide",
"los niños juegan la má", hasta los detalles más sencillos del
veraneo sevillano en Sanlúcar con sus visitas al castillo, a las Piletas y la
recogida de caracolillos. Y la coletilla final de la mujer harta de niños,
"yo estoy de veraneo hasta el pelo. Cuando nos hayamos dado los sesenta
baños nos ¡remos, que estoy deseando ver cómo andas tú por ahí". Y el
Rodríguez de turno se queja en un gracioso "congreso" de los
denunciadores que cargan a otros lo que ellos hacen en el agosto sevillano:
— Pues eso no debe ocurrir. Un
rato de expansión...
Una mañana de agosto el
periodista pasea por la playa, "primera de nuestro arribo al
simpatiquísimo pueblo de la manzanilla olorosa y de las viudas guapas, a este
pueblo donde viéramos la luz primera, única "luz" que hemos sacado de
él, y a donde volvemos todos los veranos a dejar la "luz".
Los sevillanos que veranean aquí
son de clase modesta, "los ricos veranean en Biarritz o en San
Sebastián", dice no sin cierta ironía el cronista. Pero esa clase social
no ahorra, en boca de las mujeres que toman el sol en la orilla, mentiras
deliciosas:
"La conversación se anima
por momentos:
— ¿Usté tiene algo en Sevilla,
doña Lola?
—
Mi marido, hija, ¿le parece a usted poco?
— No, si le preguntamos qué
industria.
— ¡Ah!, ninguna hija. Mi marido
esta en una oficina y nos manda a los baños para que lo dejemos una temporada
tranquilo.
— Anoche comimos nosotros en
Miramar. Vino papá y nos llevó a todos. No se puede, hija, repetir eso porque
sale caro. ¡Somos tantas!.
— ¿Caro? Pues nosotras comimos
allí. Estamos abonafas.
— Pues yo no las vi a ustedes.
— Cuando ustedes salían llegamos
nosotras. Amorzamos en los Cisnes y comemos allí.
Ni siquiera una está mal. Todas
son ricas. Si a una la convidaron a una bodega, la de su lado estuvo en tres.
Si fue al teatro la amiga, la otra dice que tiene el cine en casa.
En la playa no hay nadie pobre.
Nosotros no nos quedamos atrás. A una que nos preguntó le dijimos que vivíamos
en el chalet de Villamarta, y se quedó... como nosotros, tan fresca.
La ironía, el humor, el gracejo
popular afloran en cada una de estas estampas veraniegas, dignas de Larra,
Estébanez o Mesonero.
Ya en la década de los treinta,
con los nuevos vientos políticos y sociales Galerín constata, no sin cierta
ironía la evolución de las costumbres, del pequeño código moral playero:
"Ya no hay que hablar en
Sanlúcar de playa pueblerina. Las muchachas se bañan en "maillot".
Junto a nuestra mesa, en un Miramar muy limpio, muy florido, con sus jaulas de
canarios, y su gramola combinada con la radio, ha tomado asiento un grupo de
jóvenes atléticos que no llevaba más ropa que el bañador".
El 1 7 de julio de 1936 salió el
último número de "Er Libera". Con su desaparición la pluma de Galerín
se secó, y sólo Agustín López le sobrevivió algunos años en el olvido. La calle
de Sanlúcar que lleva su nombre es el homenaje mudo, pero permanente del pueblo
en que "vio la luz".
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