El crucero de la Marina de Guerra Española Reina Regente naufragó en los primeros días del mes de marzo del año 1895, cuando se dirigía de Tánger a Cádiz. En el naufragio fallecieron los 412 tripulantes que iban, entre ellos el alférez de navío sanluqueño José Enríquez Fernández.
El perro misterioso
Nuestro colega El Noticiero Sevillano publicó con este título la siguiente curiosa narración que no deja de envolver misterio:
Cuando parecíamos que ya debíamos olvidar de una vez el naufragio del Reina Regente, perdido en la inmensidad de los mares la noche del 10 de marzo de 1895, un hecho conmovedor y misterioso viene a refrescar nuestras tristezas de aquella hecatombe.
A bordo de aquel crucero iba un hijo de Sanlúcar de Barrameda, victima como los demás tripulantes de la furia de las olas.
Pues bien, el alférez de navío Don José Enríquez Fernández, que es a quien nos referimos, crio y llevaba siempre consigo un perro de Terranova, a quien prodigaba los más cariñosos cuidados. Este es el protagonista de nuestro relato.
El perro, como es de costumbre, acompañó al marino al salir de Sanlúcar. ¿Quedó el perro en Cádiz cuando su amo pasó a bordo del Reina Regente?. ¿Embarcó el perro con el amo en el crucero?. He aquí el misterio.
Lo cierto es que del can no se habían tenido noticias desde que el Sr. Enríquez sucumbió, y el lunes 21 del pasado mes, cuando ya la familia del alférez de navío no hacía memoria del pobre animal, pues todos los recuerdos y sufragios se reconcentraban en el hombre, es decir en el amo, un perro de Terracota salta en Bonanza desde la cubierta de un barco, y sin atender al llamamiento hecho desde el agua, toma presuroso el camino de la Quinta de la Paz, posesión en la que habitó el Enríquez, y como sin duda allí no encontró el objeto que buscaba, corre diligente a la calle de la Bolsa y domicilio de la familia que crió al alférez de navío.
El padre de este bajaba por la escalera principal de la casa cuando el perro subía, y en ella se encuentran.
Reconoce el padre al perro criado por su hijo; el perro reconoce al padre de su amo; cae el primero desmayado a los pies del perro, y este prorrumpe en aullidos lastimeros.
La familia de la casa, alarmada por tan extraño ruido, sale a la escalera y contempla el cuadro, y al avistarse los que acudieron y el animal, se desarrollo una escena tristísima.
De momento nadie sabe a quién acudir, si al hombre que yace en tierra o al perro, que al reconocer a la familia de su dueño prorrumpe en nuevas demostraciones, simbolizando con su triste júbilo la infausta nueva que su gratitud recordaba, volviendo al hospitalario techo de si inolvidable protector.
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